


Hacía mucho tiempo que no visitaba a la tía Emilia en Medinaceli (Soria) . Siempre la recordaré con su excelente humor y la sonrisa florecida en su rostro. De niño, recuerdo que cuando venía a Madrid (a comprarse ropa en "Vestimenta" como ella decía), era todo un acontecimiento familiar. A mi particularmente me suponía una buena propinilla, y un par de cines extras en el corto tiempo que pasaba con nosotros. Aquellos días, se transformaban en un peregrinaje de tienda en tienda buscando los vestiditos para la tía.
Ese es muy “mono”, el otro te tira de las sisas, el marrón no, que se parece a uno que tiene la Pascualina. El verde poniéndole unas tiritas de pasamanería de las que venden en Pontejos, estaría precioso. Este era más o menos el lenguaje de mi particular “safari textil”. Lo de las compras no me gustaba mucho, menudo tostón. Pero al final, tenía siempre mi premio. Unas tortitas con nata o unos cuantos tebeos compensaban las esperas de probador en probador. Pero hacía mucho tiempo de aquello. Pronto volvería a ver a la tía, que en realidad era prima hermana de mi padre.
Unos amigos me animaron para hacer una excursión, con motivo de las fiestas del “Toro Jubilo” , un rito ancestral de tortura a un animal, consistente en la colocación de bolas de alquitrán en las astas del toro. Posteriormente, el animal es embarrado por todo el cuerpo para que las gotas de la pez incandescente no le lastimen ¡Todo un detalle!
Luego se prende fuego a las bolas y el morlaco, aterrado por las llamas , corre despavorido sin saber en qué dirección por la improvisada plaza, donde los jóvenes “más valientes”, corren delante o detrás hostigándole. Esta fiesta se complementa con “El paso del fuego”, que realizan algunos expertos del también pueblo soriano de San Pedro Manrique. Sobre un par de metros de brasas , caminan llevando ( a caballito) a otro compañero.
Llegamos al pueblo de Medinaceli en una fría mañana de la mitad de noviembre. La tía Emilia, como siempre, nos recibió con su mejor sonrisa.
Dimos una vuelta por el pueblo recordando la niñez. Visitamos el arco romano donde hacía ya treinta años, otro fuego más pacífico, el de la antorcha olímpica de Méjico 68, descansó en tierras sorianas, y que pude vivir en directo gracias a mis tíos Enrique y María Luisa. Recorrí los cerros por donde la leyenda cuenta que Almanzor enterró un gran tesoro.
Degustamos los dulces del convento de las monjas, y vimos la fabricación de sus magníficas alfombras de nudo hechas a mano.
Llegó la hora del festejo y lo contemplé con dolor y vergüenza. Miraba a la gente gritando y bebiendo, portaban antorchas de paja y parecía una estampa ancestral. A mi tía no le gustaba mucho, pero al verlo todos los años desde niña, le parecía algo imprescindible.
El toro arremetía contra las tablas y las gotas incandescentes bañaban su lomo, cuanto más corría, más se avivaba el fuego. Sus mugidos eran gritos de pavor. Al final el fuego se apagó, y el animal se desplomó exhausto en un rincón. Las antorchas y el aguardiente también se fueron consumiendo. Y la noche se hizo ceniza ...
2 comentarios:
Un relato muy gráfico, cargado de recuerdos, no todos ellos gratos, aunque lo importante es la imagen de tu tía que permanecera siempre en tu memoria
Gracias por vuestro comentario y mucha suerte en la nueva etapa.
Javier
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