Revista Raíces de Papel Nº 10 ( enero-junio ) 2013

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REVISTA "RAÍCES DE PAPEL" Nº 12 ( 2014 )

lunes, 30 de noviembre de 2009

A JUDY GARLAND , IN MEMORIAN





Una hilera amarilla de baldosas condujeron a Judy hasta el país de Oz. No es cierto, como se ha dicho, que allí encontrara a un sonriente hombre de paja, ni a un león blandito, ni a un ser de lata con el corazón bondadoso. Muy pronto supo Judy que todo aquello era mentira, incluso las baldosas. El mundo al que realmente había llegado era duro y hostil como ninguno. Supo tanto de soledad y explotadores como de luces y oropeles, de noches de estreno y de glamour. Su fragilidad se fue esparciendo por hoteles de lujo, sin conseguir vivir para sí misma el papel de niña feliz que debía interpretar para el cine.

La engañaron con el cuento de haber nacido estrella, hasta que un día de junio, cansada de mentiras, Dorothy voló de verdad por el firmamento. Atrás dejó su terrenal país en blanco y negro. Aquel día encontró por fin el arco iris verdadero y su propia sonrisa, perdida hacía años.

A veces los caminos nos llevan a otra parte.

Javier Bueno, del libro "Hoy he sabido que nacerás mujer" (Ediciones Cardeñoso, Vigo 1998)

viernes, 20 de noviembre de 2009

LA NOCHE SE HIZO CENIZA

Este relato está dedicado a la tía Emilia y a su limpia sonrisa que la acompañó toda la vida. Disfruté de su compañía cada vez que la vi, y no fueron muchas. Pero recuerdo que de niño le hice ver en el Cine Metropolitano de la Avenida de Reina Victoria de Madrid una tarde de jueves, la película "Los amantes del desierto" (Carmen Sevilla y Ricardo Montalbán), lo menos tres veces. Un día, hace más o menos un año recibimos la noticia de que había muerto, no nos hemos preocupado de saber dónde descansa.
A EMILIA BUENO IN MEMORIAM

Y LA NOCHE SE HIZO CENIZA...


Hacía mucho tiempo que no visitaba a la tía Emilia en Medinaceli (Soria) . Siempre la recordaré con su excelente humor y la sonrisa florecida en su rostro. De niño, recuerdo que cuando venía a Madrid (a comprarse ropa en "Vestimenta" como ella decía), era todo un acontecimiento familiar. A mi particularmente me suponía una buena propinilla, y un par de cines extras en el corto tiempo que pasaba con nosotros. Aquellos días, se transformaban en un peregrinaje de tienda en tienda buscando los vestiditos para la tía.

Ese es muy “mono”, el otro te tira de las sisas, el marrón no, que se parece a uno que tiene la Pascualina. El verde poniéndole unas tiritas de pasamanería de las que venden en Pontejos, estaría precioso. Este era más o menos el lenguaje de mi particular “safari textil”. Lo de las compras no me gustaba mucho, menudo tostón. Pero al final, tenía siempre mi premio. Unas tortitas con nata o unos cuantos tebeos compensaban las esperas de probador en probador. Pero hacía mucho tiempo de aquello. Pronto volvería a ver a la tía, que en realidad era prima hermana de mi padre.

Unos amigos me animaron para hacer una excursión, con motivo de las fiestas del “Toro Jubilo” , un rito ancestral de tortura a un animal, consistente en la colocación de bolas de alquitrán en las astas del toro. Posteriormente, el animal es embarrado por todo el cuerpo para que las gotas de la pez incandescente no le lastimen ¡Todo un detalle!

Luego se prende fuego a las bolas y el morlaco, aterrado por las llamas , corre despavorido sin saber en qué dirección por la improvisada plaza, donde los jóvenes “más valientes”, corren delante o detrás hostigándole. Esta fiesta se complementa con “El paso del fuego”, que realizan algunos expertos del también pueblo soriano de San Pedro Manrique. Sobre un par de metros de brasas , caminan llevando ( a caballito) a otro compañero.

Llegamos al pueblo de Medinaceli en una fría mañana de la mitad de noviembre. La tía Emilia, como siempre, nos recibió con su mejor sonrisa.

Dimos una vuelta por el pueblo recordando la niñez. Visitamos el arco romano donde hacía ya treinta años, otro fuego más pacífico, el de la antorcha olímpica de Méjico 68, descansó en tierras sorianas, y que pude vivir en directo gracias a mis tíos Enrique y María Luisa. Recorrí los cerros por donde la leyenda cuenta que Almanzor enterró un gran tesoro.

Degustamos los dulces del convento de las monjas, y vimos la fabricación de sus magníficas alfombras de nudo hechas a mano.

Llegó la hora del festejo y lo contemplé con dolor y vergüenza. Miraba a la gente gritando y bebiendo, portaban antorchas de paja y parecía una estampa ancestral. A mi tía no le gustaba mucho, pero al verlo todos los años desde niña, le parecía algo imprescindible.

El toro arremetía contra las tablas y las gotas incandescentes bañaban su lomo, cuanto más corría, más se avivaba el fuego. Sus mugidos eran gritos de pavor. Al final el fuego se apagó, y el animal se desplomó exhausto en un rincón. Las antorchas y el aguardiente también se fueron consumiendo. Y la noche se hizo ceniza ...


viernes, 6 de noviembre de 2009

LA VERDERONA








LA VERDERONA







La vi por la calle de Montera, caminando por la acera con destino al “más allá”


Amanecía una templada mañana de abril de 1969 sobre la isla de Mallorca. Las esfinges del Paseo del Borne de Palma agradecían sobre sus pétreos lomos los primeros rayos de sol. Los sillones de mimbre de la cafetería Antonio invitaban al reposo, y a comenzar el día con un buen café con leche y una crujiente y templada ensaimada como sólo allí puedes disfrutar. Y así comenzó el día, en toda regla, con un flamante desayuno. Era delicioso sentir los tibios rayos de sol tempraneros, y ver cómo poco a poco se desperezaba la ciudad, llenándose el paseo de transeúntes y cantos de pájaros. Estaba en viaje de trabajo, pero había llegado anticipadamente para disfrutar del fin de semana en la isla. Me alojaba en un pequeño hotel de la calle Jaime III., que se asomaba a los típicos soportales. Por fin llegó mi desayuno, aromatizado por la recién horneada ensaimada. Me disponía a cortarla, cuando una cálida y sensual voz me dijo:

  • ¿Gallego, me das un pedacito de ensaimada?

Levanté la vista y allí estaba ella, no se como describirla ¿Rita Hayworth? No, no se parecía a ella. Pero creo que sentí la misma sensación que Glenn Ford cuando la vio por primera vez en Gilda. Pelo largo castaño claro con tonos dorados, un vestido de distintas tonalidades verdes, y falda con vuelo en varias capas. Su cuerpo de perfectas proporciones, no excesivamente bronceado, daba realce a unos ojos verdes ensoñadores. Sus delicados pies, se refugiaban en unas pequeñas sandalias plateadas, que dejaban asomar unos frágiles dedos cuyas uñas estaban pintadas de un chocante verde esmeralda. El pecho no era muy grande, pero reclamaba su protagonismo a través del amplio escote.

  • ¡Yo no soy gallego, soy madrileño!
  • Es igual, yo soy argentina y para mí, todos sos gallegos.
  • Bueno pues entonces soy gallego de Madrid, y me llamo Enrique, estoy en Palma pasando el fin de semana por motivos de trabajo.
  • Yo soy Verderona, y vivo aquí también por motivos de trabajo. Veinticuatro horas de disponibilidad, como la “RENFE” y las funerarias.
  • ¡Te llamas Verderona!
  • Bueno digamos que es mi nombre artístico, me lo puso un industrial catalán que ya no viene por la isla. Tenía una corsetería de lujo, la mejor de Palma. Pero la quitó hace un par de años. Me dijo que mis ojos eran verdes como el agua de “La calobra”, y como siempre me gustó el verde, me puso Verderona y ya no me encuentro con otro nombre. El verderón es un pájaro, y como vivo en una pajarera, pues soy una pajarita. Además adoro el verde, en todo y sobre todo.
  • ¿ Qué quieres decir con que vives en una pajarera?
  • Mira (,) vivo en un hotelito cerca del Castillo de Bellver y es como una pajarera, bueno todo el mundo lo conoce por ese nombre que le viene que ni pintado. Tengo varias compañeras : Mirna que es canaria, Lorena, cubana, Conchita “ la cotorrita” porque habla muy deprisa, La “urraca”, que no te deja nunca nada y todo lo tiene escondido, la “mirla” que canta muy bien. Y doña Rosa que es la “cacatúa”. Aquí hay un dicho entre los hombres, que se ha hecho famoso, le preguntas a alguien, ¿A dónde vas? Y te contesta: A la “pajarera” a aflojar la cartera... Me hizo sonreír, y mientras la contemplaba, deseé besarla.

Pero de momento, me conformé con invitarla a desayunar. Hablaba y hablaba sin parar. Yo la miraba embelesado con la punta de la nariz blanca del azúcar “glass” de la ensaimada, ella en un momento de su animado monólogo, mojó su dedo en saliva y lo pasó por mi nariz para luego llevarlo a su boca.

  • Enrique, sos una persona dulce, muy dulce... como los que me prescribe mi doctor.
  • Si, sobre todo en la nariz, ja,ja,ja
  • ¿Cuántos años tenés?
  • Veinticinco cumpliditos en marzo.
  • Pero si sos un pibe pececito..., porque claro serás piscis ¿no?
  • Pues sí, diste en la diana
  • Yo podría ser tu mami., ya cumplí veintisiete

Verderona rió de una forma muy sensual, Enrique tomó sus manos y se fijó en un pequeño anillo con una esmeralda que llevaba en la mano derecha. Mirándola profundamente a los ojos, le dijo

  • Yo quiero cometer incesto

Ella respondió:

  • ¿En la pajarera?
  • ¡No, alquilaremos la suite más bella de Palma!
  • Creo que no es buena idea, te sentirías como el muchacho ése de esa película...
  • ¿El Graduado?
  • ¡Síiii!, ese boludo patoso
  • Me encantó, Dustin Hoffman estaba genial en esa película.

Acordaron verse por la tarde en el hotel donde se alojaba Enrique. Verderona debía fichar en cierta manera, y cambiarse de ropa. También quería tomar una ducha que la liberara de caricias y risas ajenas.

Serían las seis de la tarde cuando ella atravesó el pequeño hall del hotel, cortando el aire como con una espada de lilas. Sus zapatos verdes acharolados, de fino tacón, se hundían en la mullida alfombra de nudo. Llegó al bar y pidió al camarero un “Pipermín Frappé”, al servirle la copa la miró con deleite, recorriendo con la punta de la lengua el borde y arrastrando el azúcar que tenía pegada.

Al verla sentada con otro vestido verde sobre aquel taburete, sentí una sensación de dulce mareo y deseo súbito. Y recordé los versos del poeta Lorca dentro de mi pecho: “¡Verde que te quiero verde. Verde viento. Verdes ramas!

Le entregué la llave, y subió a la habitación. Pasados unos minutos, subí yo. Mi cuerpo ardía de deseo, mientras experimentaba un ligero escalofrío muy placentero.

Al encontrarnos solos en la habitación una fuerza increíble nos lanzó al uno contra el otro, nos desnudamos mutuamente. Yo bajaba lentamente la cremallera de su vestido y recorría con mis dedos su templada espalda, al tiempo que hundía mi cabeza en su cuello y lamía el contorno de sus orejas. Al despojarla de su diminuta braga, apareció un bosquecillo verde de húmeda maleza. Sentí una mezcla de asombro y ternura. Con una explosiva sonrisa me dijo:

  • ¿No te lo imaginabas así verdad?
  • Pues la verdad..., no. Es el primero que veo así... tan verde.

Pensé que había dado una respuesta demasiado vulgar, y se lo dije, pero ella me contestó:

  • Bueno, yo entiendo que resulte chocante, pero te diré que alguien me dijo una vez una gran ordinariez.
  • ¿Y que fue, si me lo quieres contar?
  • Pues me dijo..., que nunca lo había probado con perejil. Que era como “almeja” a la marinera.

Los dos reímos abrazados por varios minutos. Hicimos el amor de una forma apasionada durante varias horas. Me dijo que siempre recordaría el “deshabillé de saliva”, que así llamaba ella a recorrer el cuerpo con la lengua húmeda a golpecitos. Luego cenamos en un restaurante del puerto, y terminamos la noche bailando en “Tito´s “ Al día siguiente, domingo, quise pasarlo con ella, pero me dijo que no podía ser. Junto a la” pajarera”, me dio un apasionado beso y la vi desaparecer tras las espinosas chumberas.

Han pasado treinta años.

Se tornaba roja de vergüenza la tarde, cuando bajaba por la calle de Montera hacia la Puerta el Sol. Me llamó la atención aquella mujer toda vestida de verde, incluido su pelo, apreté el pasó, y ya cerca de ella, toqué su hombro con timidez. Al volver su cara, vi sus verdes ojos, los párpados eran pesados como una sentencia ¡Todavía era bella! Me reconoció al instante y con una voz suave y ahogada me dijo:

  • Gallego... ya no puedo tomar ensaimadas, tengo el azúcar muy alto.

Y besando su dedo índice lo llevó a mis labios, me regaló un proyecto de sonrisa, y se perdió despacito por las esquinas de la noche.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo, y recordé los versos del Poeta

“ El viento dejaba

en la boca un raro gusto

de hiel, de menta y de albahaca.”


JAVIER BUENO

lunes, 2 de noviembre de 2009

LOS TRES CERDITOS (Revisited)

Chemtrails visibles en todo el planeta

LOS TRES CERDITOS (Revisited)


Yo tenía una granja en México...

El primer trimestre del año 2009 había transcurrido entre grandes sobresaltos para los seres humanos. A la penuria económica, se le añadían graves catástrofes naturales y desórdenes sociales. La humanidad de los “cuellos blancos”, las “top models”, los “ipods” , los” blu ray”, los “megaeventos”, los G20 y las M50, los parques temáticos y los resorts de cinco estrellas y el “beluga” y los monovolúmenes. En fin, todo el lujo cotidiano y despilfarro de unos cuantos, contrastaba con las masas de emigrantes, sucios, malolientes, bajitos y culones, de piel oscura y uñas renegridas, parientes directos de “cromañones y neandertales poco evolucionados social y culturalmente, pasto de piojos y miseria que pululaban por todas las ciudades abarrotando los parques, las calles, y llenando los comedores del “Pollo frito del Coronel y del Sr. MacDonals”.

Ya no tenían bastante con hacer sus barbacoas de extrarradio, cada vez se permitían acercarse más y más a los barrios de élite y codearse con la “gente bien” de toda la vida.

A estas alturas de la película, sólo quedaba tomar una solución definitiva.

La sombra, reunió a sus ministros y pusieron en marcha el plan de emergencia “ los tres cerditos”, consistente en la inoculación de un “virus de influenza” al ganado porcino del tipo H1N1. Un virus de diseño mejorado que sería mucho más eficaz que los experimentados con anterioridad, VIH e INFLUENZA AVIAR, y que no obtuvieron los resultados esperados. Este nuevo virus selectivo en cuanto a razas, diezmaría a las poblaciones más indefensas físicamente debido a su mala alimentación y condiciones de vida precaria. Y empezaría a debilitar paradójicamente a los más jóvenes, llevándoles en pocas semanas a la muerte. En las sociedades más evolucionadas, el virus no sería mortal, y no pasaría de ocasionar algunos molestos síntomas pasajeros. Y si alguien no predestinado al virus sucumbía, pues bueno... Todo tiene “efectos colaterales”.

Se eligió una pequeña granja en Veracruz (México). Allí dos enviados de la “sombra”, cumplieron su diabólico plan infectando a mamá cerda y a sus dos retoños.

A los pocos días, el virus saltó a los humanos. Unas misteriosas estelas de nubes, como si fueran caminos, aparecieron en los cielos. Y el destino empezó su carrera. Las mascarillas se agotaron en las farmacias en pocos días y la cotización de las acciones en los laboratorios comenzó a subir como la espuma. En el mundo, cientos de millones de personas toman diariamente varios medicamentos.

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