Revista Raíces de Papel Nº 10 ( enero-junio ) 2013

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REVISTA "RAÍCES DE PAPEL" Nº 12 ( 2014 )

domingo, 17 de enero de 2010

EL RETORNO DE TERRY ROCK


El retorno de Terry Rock

(La raíz de la nostalgia)

Los años cuarenta eran una mala época para un país como España, que trataba de resucitar después de una cruel guerra incivil. José ya no era muy joven y los trabajos no abundaban. Su ingreso en la academia de Bellas Artes de la capital, quedó truncado por la situación vivida en los últimos años de guerra. Sin padres y con un hermano distante, poco le ataba al “terruño”. Sólo la pequeña casita a un kilómetro de la localidad de Betanzos, que su padre construyera hacía muchos años. Pero lo que no podría olvidar nunca, sería el olmo que fue creciendo con él, y en cuyo tronco grabó su nombre y el de Pepita, una novia a la que quiso con locura y que un día se fugó con otro que era más guapo y, sobre todo, mucho más rico.
Había oído hablar de la prosperidad que existía en América y decidió poner rumbo a Buenos Aires, pues sólo el nombre de la ciudad ya prometía el éxito. Vendió la casa y marchó a Betanzos para buscar un fotógrafo, le encargó dos fotos, una del olmo, y otra de detalle del tronco, donde aparecían los corazones grabados. Luego cogió una caja de metal y guardó parte de sus recuerdos. También depositó una botella de brandy añejo que su padre había guardado para celebrar la boda de su hijo. Cavó un hoyo al pie del árbol y enterró la caja. Se puso en pie y contempló el amado paisaje, pensando que volvería. Tomó el pequeño petate e inició su camino al futuro.


Los comienzos no fueron fáciles. Trabajó en lo que pudo hasta que encontró al señor Ángel, un compatriota gallego que, junto a su mujer Julita, le empleó en su pequeña tienda de bolsos y cinturones. José aprendió pronto y bien el oficio, y el negocio iba prosperando gracias al buen hacer de los tres. Esto le permitió a José comprarse una pequeña casita baja con un trocito de jardín, en el emergente barrio de Nueva Pompeya .

Estaba feliz, sentía que su sueño americano se empezaba a cumplir. Había conocido a Carmen y no tardó en casarse. El día de la boda, buscó por todo Buenos Aires una botella de brandy español “Terry” pues era el preferido de su padre, y en su memoria y en recuerdo de la botella enterrada junto al olmo, así quiso que fuese.
El amor no tardó en florecer, y Carmen pronto quedó en estado de “buena esperanza”.
Un parto complicado que no pudo superar, dejó a José viudo con un pequeñín de pelo negro y garganta de tenor, al que puso de nombre Terry. Luego en el colegio, los compañeros le apodaron Rock debido a su admiración por Elvis Presley y el Rock and Roll.
La vida pasaba y Terry se convirtió en un apuesto muchacho, que empezó a hacer sus pinitos en el mundo de la música. Formó su propio grupo. Por la noche, disfrazado de gaucho, trabajaba cantando tangos en un local para turistas del Barrio de La Boca.
Un día llegó su oportunidad al ganar un concurso en la televisión bonaerense y aparecer en primera página de Clarín, como cantante revelación de la década de los ochenta.
Rápidamente, comienza a saltar de escenario en escenario por todo el país. Más tarde por las principales ciudades sudamericanas y por fin, Nueva York. Allí recibe la noticia de que su padre ha sufrido un ataque al corazón. Pero no puede llegar a verle con vida. Maldice al destino sobre su cadáver, por no poderle permitirle regresar a su tierra natal, como había deseado para pasar la vejez en las verdes tierras gallegas.
Terry tuvo que continuar con sus compromisos de gira por Norteamérica. Pero una noche, mientras descansaba en el hotel, sintió un fuerte deseo de volver al pueblo de su
progenitor. Pero no lo haría solo, exhumó el cuerpo del padre y lo incineró, llevando las cenizas con él hasta la localidad de Betanzos, allí buscó la casita familiar, ya no existía, pero sí el frondoso olmo que parecía dominarlo todo. Compró el terreno y cavó hasta encontrar la caja de lata, que apareció medio deshecha y oxidada. Allí estaba también, con la etiqueta enmohecida, la botella del brandy “Terry”. Junto a las cenizas la descorchó, y una vez enterradas éstas, al pie del olmo, alzó la botella y bebió ¡Por ti Padre, ya estás en casa!

domingo, 3 de enero de 2010

LOS BESOS



Esta Navidad he recordado una vieja canción de Victor Manuel que dice:
¿ A dónde irán los besos que guardamos,  que no damos...?
Hay tantos besos olvidados que se podría abrir una oficina de "Besos Perdidos". Seguro que habría cola .
Porque, ¿ A quién no se le ha perdido alguna vez un beso ? O se ha dado cuenta que lo necesitaba como el comer, y no llevaba ninguno en el bolsillo en ese momento. Los besos que no se dan, no pueden recuperarse, se pierden para siempre al igual que la flor tronchada nunca florecerá. He comenzado el año con sabor a uvas y cava, pero sin un mal beso que llevarme a la boca, y esto es ya hambre atrasada. Un mal comienzo...





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