Revista Raíces de Papel Nº 10 ( enero-junio ) 2013

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REVISTA "RAÍCES DE PAPEL" Nº 12 ( 2014 )

viernes, 23 de octubre de 2009

LA VIDA AMPUTADA


LA VIDA AMPUTADA

Odio el amaranto de los cementerios,
los ángeles grises de los cementerios,
ese pasto de gusanos en que desemboca la vida,
el llanto incontenible de los inconsolables,
y el color desvergonzado de las flores sobre el luto.

¡Nos robaron el tiempo, padre!
Nuestro tiempo y las sonrisas.
Perdimos la intimidad del padre y del hijo,
con el cerbero siempre en la puerta sembrando odio,
y dando mordiscos de niebla.
Desayunábamos esa dosis diaria de acíbar
que conlleva el vivir.

¿Por qué nos dieron, padre,
una vida amputada de tiempo feliz,
sin miel ni cantueso,
de gritos y silencios,
de puertas cerradas,
y días sin perlas,
de eternas noches,
de gritos sin eco,
de días, sin días?

Arvikis

domingo, 18 de octubre de 2009

AZUFRE EN LAS VELAS

Arthur Rimbaud

AZUFRE EN LAS VELAS
"Sus oídos son sordos al tic tac de los relojes, al rugir del mar y al abrazo árido de los acantilados. Las catedrales se han hundido definitivamente en las simas inalcanzables.
Llueve y llueve sobre el bosque sombrío, sobre el sillón de orejas y sobre la negra coraza de los escarabajos de noviembre. Se han desnudado los álamos de páginas inservibles y las amanitas escancian su licor de muerte. Los pajecillos siguen en la alameda con sus rubias melenas al viento y sus rostros de nada, desgastando los talones por los ásperos senderos.
- ¿Dónde estás, madre? pregunta Arthur.
Pero todos son truenos en el oscuro silencio.
- Paul, Paul... Dame tu mano, líbrame de estas bestias que trituran mis piernas.
- ¿ Por qué son tan ácidas las manzanas y el vino tan azul?
- ¿Dónde estás, Dios? Por qué no me apartas de este infierno hecho a mi medida, de este mar de incandescente magma, donde mis blancas velas se cubren de azufre.
¿De quién es este cuerpo vomitado? ¡Madre! ¡Madre! Reúne las sillas alrededor de la mesa y alimenta a las panteras, pero no las mires a los ojos, sobre todo al alba.
Quiero escribir mi testamento con letras de colores, y volver al estanque de las ranas amarillas, para llenar mi boca de lenguas ajenas y salpicar mi cuerpo de gotas de luna.
Perdóname, Paul, por ofrecerte un cuerpo macerado de olores ajenos. Me hubiera gustado beberme la vida a sorbos contigo y que pusieras paz a mis arrugas.
¡Quitadme esos gusanos negros que se comen mi rodilla! ¡Espantad las moscas que aletean sobre mi cabeza, y aplastad a los escorpiones que anidan en mi garganta!
Tengo frió... ¿Quién me ha cubierto con este manto de ruina y algas? El barco se ha detenido, las velas están desgarradas. No se como se llama este océano insípido y enfermo que se traga mi arco iris. No importa, quiero dormir. Ya lloré demasiado... "
A la memoria de Arthur Rimbaud (Francia 1854-1891)
Javier Bueno

martes, 13 de octubre de 2009

ELLA




ELLA


Para ella atardecía desde siempre; todos los días inexcusablemente se quedaba mirando la puesta de sol desde el faro, tendida sobre las afiladas rocas del acantilado. Allí plantaba cara al viento, que siempre solía soplar en la isla al atardecer. Refugiaba sus níveos y delgados brazos en la desgastada chaquetilla de ganchillo, que su abuela le regaló en la época de las sonrisas. Mirando al infinito recordaba todas las humillaciones que había sufrido por parte de su madre, violada en la juventud y obsesionada en ver el sexo como algo sucio y maligno. No podía olvidar el día que conoció a Martín, el único chico que se le había acercado, y con el que un día fue al cine a ver " Tal como éramos" , una triste historia de amor imposible. Aquel día llegó a casa un poco más tarde. Su madre se encontraba con unas vecinas, y delante de ellas la insultó y abofeteó sin pudor. Al día siguiente la llevó al médico para que la reconociera y certificara que estaba "intacta". Como así fue. Por aquel entonces, había cumplido ya veinte años. Toda la vida tuvo que vivir de esta forma cruel, sin separarse de su madre, que acababa de fallecer con noventa años de maldad en sus entrañas. En el fondo y en la superficie siempre la había odiado, ya que era la representación viva de su trauma.

Ella había llenado su vida de nada y puestas de sol. Ya no lloraba, sólo miraba el vacío. A veces su ajado cuerpo era salpicado por las gotitas que se desprendían de las olas en su violento choque contra las rocas, esto le hacía reaccionar y la devolvía al mundo, haciéndola sentirse viva. Ahora que era libre, ya no le quedaban fuerzas para nada. Otra vez atardecía, pero hoy sintió que el mar no la abandonaría.

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