Revista Raíces de Papel Nº 10 ( enero-junio ) 2013

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REVISTA "RAÍCES DE PAPEL" Nº 12 ( 2014 )

viernes, 6 de noviembre de 2009

LA VERDERONA








LA VERDERONA







La vi por la calle de Montera, caminando por la acera con destino al “más allá”


Amanecía una templada mañana de abril de 1969 sobre la isla de Mallorca. Las esfinges del Paseo del Borne de Palma agradecían sobre sus pétreos lomos los primeros rayos de sol. Los sillones de mimbre de la cafetería Antonio invitaban al reposo, y a comenzar el día con un buen café con leche y una crujiente y templada ensaimada como sólo allí puedes disfrutar. Y así comenzó el día, en toda regla, con un flamante desayuno. Era delicioso sentir los tibios rayos de sol tempraneros, y ver cómo poco a poco se desperezaba la ciudad, llenándose el paseo de transeúntes y cantos de pájaros. Estaba en viaje de trabajo, pero había llegado anticipadamente para disfrutar del fin de semana en la isla. Me alojaba en un pequeño hotel de la calle Jaime III., que se asomaba a los típicos soportales. Por fin llegó mi desayuno, aromatizado por la recién horneada ensaimada. Me disponía a cortarla, cuando una cálida y sensual voz me dijo:

  • ¿Gallego, me das un pedacito de ensaimada?

Levanté la vista y allí estaba ella, no se como describirla ¿Rita Hayworth? No, no se parecía a ella. Pero creo que sentí la misma sensación que Glenn Ford cuando la vio por primera vez en Gilda. Pelo largo castaño claro con tonos dorados, un vestido de distintas tonalidades verdes, y falda con vuelo en varias capas. Su cuerpo de perfectas proporciones, no excesivamente bronceado, daba realce a unos ojos verdes ensoñadores. Sus delicados pies, se refugiaban en unas pequeñas sandalias plateadas, que dejaban asomar unos frágiles dedos cuyas uñas estaban pintadas de un chocante verde esmeralda. El pecho no era muy grande, pero reclamaba su protagonismo a través del amplio escote.

  • ¡Yo no soy gallego, soy madrileño!
  • Es igual, yo soy argentina y para mí, todos sos gallegos.
  • Bueno pues entonces soy gallego de Madrid, y me llamo Enrique, estoy en Palma pasando el fin de semana por motivos de trabajo.
  • Yo soy Verderona, y vivo aquí también por motivos de trabajo. Veinticuatro horas de disponibilidad, como la “RENFE” y las funerarias.
  • ¡Te llamas Verderona!
  • Bueno digamos que es mi nombre artístico, me lo puso un industrial catalán que ya no viene por la isla. Tenía una corsetería de lujo, la mejor de Palma. Pero la quitó hace un par de años. Me dijo que mis ojos eran verdes como el agua de “La calobra”, y como siempre me gustó el verde, me puso Verderona y ya no me encuentro con otro nombre. El verderón es un pájaro, y como vivo en una pajarera, pues soy una pajarita. Además adoro el verde, en todo y sobre todo.
  • ¿ Qué quieres decir con que vives en una pajarera?
  • Mira (,) vivo en un hotelito cerca del Castillo de Bellver y es como una pajarera, bueno todo el mundo lo conoce por ese nombre que le viene que ni pintado. Tengo varias compañeras : Mirna que es canaria, Lorena, cubana, Conchita “ la cotorrita” porque habla muy deprisa, La “urraca”, que no te deja nunca nada y todo lo tiene escondido, la “mirla” que canta muy bien. Y doña Rosa que es la “cacatúa”. Aquí hay un dicho entre los hombres, que se ha hecho famoso, le preguntas a alguien, ¿A dónde vas? Y te contesta: A la “pajarera” a aflojar la cartera... Me hizo sonreír, y mientras la contemplaba, deseé besarla.

Pero de momento, me conformé con invitarla a desayunar. Hablaba y hablaba sin parar. Yo la miraba embelesado con la punta de la nariz blanca del azúcar “glass” de la ensaimada, ella en un momento de su animado monólogo, mojó su dedo en saliva y lo pasó por mi nariz para luego llevarlo a su boca.

  • Enrique, sos una persona dulce, muy dulce... como los que me prescribe mi doctor.
  • Si, sobre todo en la nariz, ja,ja,ja
  • ¿Cuántos años tenés?
  • Veinticinco cumpliditos en marzo.
  • Pero si sos un pibe pececito..., porque claro serás piscis ¿no?
  • Pues sí, diste en la diana
  • Yo podría ser tu mami., ya cumplí veintisiete

Verderona rió de una forma muy sensual, Enrique tomó sus manos y se fijó en un pequeño anillo con una esmeralda que llevaba en la mano derecha. Mirándola profundamente a los ojos, le dijo

  • Yo quiero cometer incesto

Ella respondió:

  • ¿En la pajarera?
  • ¡No, alquilaremos la suite más bella de Palma!
  • Creo que no es buena idea, te sentirías como el muchacho ése de esa película...
  • ¿El Graduado?
  • ¡Síiii!, ese boludo patoso
  • Me encantó, Dustin Hoffman estaba genial en esa película.

Acordaron verse por la tarde en el hotel donde se alojaba Enrique. Verderona debía fichar en cierta manera, y cambiarse de ropa. También quería tomar una ducha que la liberara de caricias y risas ajenas.

Serían las seis de la tarde cuando ella atravesó el pequeño hall del hotel, cortando el aire como con una espada de lilas. Sus zapatos verdes acharolados, de fino tacón, se hundían en la mullida alfombra de nudo. Llegó al bar y pidió al camarero un “Pipermín Frappé”, al servirle la copa la miró con deleite, recorriendo con la punta de la lengua el borde y arrastrando el azúcar que tenía pegada.

Al verla sentada con otro vestido verde sobre aquel taburete, sentí una sensación de dulce mareo y deseo súbito. Y recordé los versos del poeta Lorca dentro de mi pecho: “¡Verde que te quiero verde. Verde viento. Verdes ramas!

Le entregué la llave, y subió a la habitación. Pasados unos minutos, subí yo. Mi cuerpo ardía de deseo, mientras experimentaba un ligero escalofrío muy placentero.

Al encontrarnos solos en la habitación una fuerza increíble nos lanzó al uno contra el otro, nos desnudamos mutuamente. Yo bajaba lentamente la cremallera de su vestido y recorría con mis dedos su templada espalda, al tiempo que hundía mi cabeza en su cuello y lamía el contorno de sus orejas. Al despojarla de su diminuta braga, apareció un bosquecillo verde de húmeda maleza. Sentí una mezcla de asombro y ternura. Con una explosiva sonrisa me dijo:

  • ¿No te lo imaginabas así verdad?
  • Pues la verdad..., no. Es el primero que veo así... tan verde.

Pensé que había dado una respuesta demasiado vulgar, y se lo dije, pero ella me contestó:

  • Bueno, yo entiendo que resulte chocante, pero te diré que alguien me dijo una vez una gran ordinariez.
  • ¿Y que fue, si me lo quieres contar?
  • Pues me dijo..., que nunca lo había probado con perejil. Que era como “almeja” a la marinera.

Los dos reímos abrazados por varios minutos. Hicimos el amor de una forma apasionada durante varias horas. Me dijo que siempre recordaría el “deshabillé de saliva”, que así llamaba ella a recorrer el cuerpo con la lengua húmeda a golpecitos. Luego cenamos en un restaurante del puerto, y terminamos la noche bailando en “Tito´s “ Al día siguiente, domingo, quise pasarlo con ella, pero me dijo que no podía ser. Junto a la” pajarera”, me dio un apasionado beso y la vi desaparecer tras las espinosas chumberas.

Han pasado treinta años.

Se tornaba roja de vergüenza la tarde, cuando bajaba por la calle de Montera hacia la Puerta el Sol. Me llamó la atención aquella mujer toda vestida de verde, incluido su pelo, apreté el pasó, y ya cerca de ella, toqué su hombro con timidez. Al volver su cara, vi sus verdes ojos, los párpados eran pesados como una sentencia ¡Todavía era bella! Me reconoció al instante y con una voz suave y ahogada me dijo:

  • Gallego... ya no puedo tomar ensaimadas, tengo el azúcar muy alto.

Y besando su dedo índice lo llevó a mis labios, me regaló un proyecto de sonrisa, y se perdió despacito por las esquinas de la noche.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo, y recordé los versos del Poeta

“ El viento dejaba

en la boca un raro gusto

de hiel, de menta y de albahaca.”


JAVIER BUENO

1 comentario:

Esperanza dijo...

Con este cuento todo se tiñe de verde, aunque el final se me antoja más ocre o ceniza.

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